domingo, 17 de diciembre de 2006

MIAU!

Había una vez tres gatos que vivían en un bosque. Un gato era azul claro, otro verde manzana y el otro era rosa pastel. Los tres eran peludos, grandes y muy guapos, y, por supuesto, como todos los gatos, sabían hablar.
Los gatos vivían en una casita que habían encargado a una empresa de ardillas malva. Les encantaba su casita, y lo que más les gustaba era tumbarse en la entrada de su casa a ronronear al sol.
Es sabido que los gatos necesitan sol para vivir, tanto como comer, ronronear o beber. Por esa razón, se habían asegurado de que su casita estuviese en un país donde el sol brillaba todos los días, hiciese frío o calor. Además, el lugar era muy tranquilo.
La casa estaba construída en un claro rodeado de sauces llorones de lana y helechos con sabor a queso y chocolate.
En la parte trasera de la casa había un gran espacio lleno hasta los topes de arena de gato que se regeneraba una vez por semana.

Muy cerquita de la casa corrían dos arroyos: uno de agua fresquita y otro de leche tibia.
De todas las partes del bosque colgaban pelotas de colores atadas a gomas elásticas y si se levantaban las piedras, se podía encontrar un pienso natural con un sabor exquisito.
Maullar, ronronear, restregarse por todas partes, lamerse los unos a los otros, buscar pienso debajo de las piedras, revolcarse en la hierba, jugar con la lana de los sauces, beber agua, bañarse en leche, beber leche, bañarse en agua, hacer pis en los rincones más absurdos... los gatos fueron felices para siempre.

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